viernes, 29 de febrero de 2008

Prólogo (Pág. 17)

tan cercano que había creído percibir cierto olor un tanto desagradable. Una mano se posó en su hombro y Aielas se dio la vuelta mientras su mano iba a la empuñadura de su espada, pero entonces noto un fuerte golpe en el pecho que le hizo perder el equilibrio. Cayendo hacia atrás se asió a una de las cuerdas de la barandilla y se agarró fuertemente, lo cual lo salvó de no caer por la borda. Una risa burlona resonó en la oscuridad, ¿qué era ese ser que intentaba jugar con él?

-Muéstrate maldito, levanta esta oscuridad que nos rodea y pelea con honor, te juro que te mataré -gritó valientemente el príncipe.

-No digas bobadas -sentenció una voz grave y gutural a escasos centímetros de su oído-. Ni vas a ver más allá de tus narices, ni vas a acabar conmigo, eres tú el que va a despedirse de este mundo.

No sabía porque pero Aielas creyó a ese ser que se reía de él en su propia cara, mas no podía caer tan pronto, no sin antes luchar. De improviso le vino a la mente su madre y su hermana, tenía que avisarlas de algún modo, no podía dejar que ese ser bajara a la bodega, mataría a toda su gente. Con un movimiento rápido sacó la tizona de su vaina plateada y lanzó al aire un tremendo mandoble que por poco no lo vuelve a tirar de bruces al suelo, su estocada no alcanzó nada físico y lo único que hizo fue que girara bruscamente sobre sí mismo. La misma risa burlona volvió a oírse cerca de él y entonces comprendió el porque de su fallo, la risa procedía desde arriba y por tanto el ser del que provenía tenía que estar en el aire.

-Por fin lo has comprendido muchachito -dijo burlonamente la gárgola.

Ésta se abalanzó sobre Aielas y lo agarró fuertemente por los hombros, varios hilillos de sangre brotaron del cuerpo del esturo donde las garras se clavaban en la carne. Un tremendo puntapié desgarró la parte trasera del muslo

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