miércoles, 18 de junio de 2008

Capítulo 6. A la caza del rufián (Parte 2)

pequeñas patas apoyadas en la corteza, hasta quedar suspendido como un péndulo a unos cinco metros de los dos ignorantes.

El chico, al alzar su pierna derecha, notó un diminuto rozón contra su pie, como si algo o alguien se lo sujetara al suelo más de lo que él estaba dispuesto a aguantar, pero pronto la fuerza del impulso de su musculosa pierna deshizo la retención y el joven prosiguió su acompasado paso como si nada hubiera notado. Cuando Samara pasó por el mismo lugar que su hermano distinguió en el suelo un pequeño trozo de cuero repujado enganchado a una puntiaguda rama de uno de los matorrales que bordeaban el sendero, así que se agachó para recoger el trozo de tela con curiosidad, cuando en ese momento notó en su nuca un leve silbido de viento y un débil gruñido que pensó debió provenir de un pequeño soplo de aire que se colaba entre las unidas copas de los inmensos árboles de aquel voluminoso bosque. Una vez examinó la tela sin vislumbrar ni siquiera un atisbo de importancia se deshizo de ella como quien se deshace de las mondas de una naranja recién pelada arrojándolas al suelo pensando que cuando se fundan con el suelo húmedo y mohoso dará alimento a los recién nacidos brotes o incluso a las incansables hormigas o a las perezosas lombrices que corretean por el desconocido subsuelo.

El Sr. Strömboli, seguro de su plan, atacó a los dos intrusos con sus mejores armas. Mientas se balanceaba cada vez más rápido sacó sus garras afiladas y destellantes sin percatarse por la euforia que recorría su espeso cerebro que comenzaban a rasgar la frágil liana a cada bandazo que su ligero cuerpo daba de un lado a otro, de tal manera que a unos de sus fuertes impulsos la fina cuerda acabó de romperse por donde el alocado caballero de distinguido sombrero de ala ancha se asía con rudeza haciéndolo perder el equilibrio en el aire justo cuando el vuelo de un tronco a otro, como si de un mono se tratase, se hacía más rápido y estaba a punto de abalanzarse encima de los dos bellacos de forma admirable y sin sospechas.

La mala suerte quiso que el valiente gato de los bosques del Reino de Felius, en su desesperado y desequilibrado vuelo, se estampara, justo por encima de las cabezas de sus dos presuntas víctimas, en el tronco de un enorme chopo de dimensiones desmesuradas, haciendo que cayera sin remedio lentamente a través del resbaladizo tronco despatarrado de zarpa a zarpa como si de un pergamino arrugado y pegado a una pared se tratara, alzando un estridente maullido tan fuerte y sonoro que hizo ventosa en el tronco cuando sus afilados colmillos chocaron con éste, dejando al inconsciente gato casi sin aliento.

El tozudo felino dejó de pensar en esos momentos en su futura caza para cambiar dicho pensamiento por una gigantesca bola de meteoritos que no dejaba de dar vueltas a su cabeza como si de un planeta se tratara, viendo incluso pequeños animalillos que piaban a su alrededor posados en los pequeños meteoritos que danzaban sin parar, dejándose el infame captor llevar y caer como las plumas que cubrían a los cantores pajarillos ondeando al viento, y cuya cancioncilla alegre adormecía al gato presa de una especie de embrujo bienintencionado.

sábado, 14 de junio de 2008

Capítulo 6. A la caza del rufián (Parte 1)

Capítulo 6

A la caza del rufián

L

levaban ya unas cuantas horas de viaje a través del espeso bosque. Los pasos eran lentos y pesados, el camino era duro y deprimente pues en ciertos lugares los rayos del sol no alcanzaban a penetrar en las tupidas ramas de los inmensos árboles que hacían de improvisado techo. Notaban como les minaba el ánimo que tan alegremente habían portado a lo largo de todo el viaje, pero sentían un ardor en su fuero interno, un temor infundado que les rodeaba detrás de cada ancho tronco.

Qué parecía ocurrirle a aquel bosque al adentrarse tanto, tan oscuro, tan siniestro, tan espeso, tan enorme y a la vez tan sofocante en ciertos lugares. No se hacían a la idea de cuánto les podía llevar cruzarlo pero les daba la impresión que tardarían una eternidad, y eso que no era ni la hora de la comida. Aún así caminarían con rapidez pues cuanto mayor fuera el ritmo antes saldrían de él.

En ningún momento se percataron que de nuevo alguien los acechaba detrás de los gruesos troncos. Unas pequeñas botas asomaban de vez en cuando detrás de ellos en cada álamo o roble sin que ellos sospecharan en absoluto. Unas afiladas garras dejaban finos arañazos en la fuerte madera de los árboles. Unos largos y graciosos bigotillos se movían al son de una pequeña nariz al olisquear ésta a los jóvenes presuntuosos que osaban colarse en las tierras de los gatos sin pretender pagar tributo alguno. Y mucho menos portando algo tan bello y tan sagrado como era la espada K´gdar, una fuente de poder tan maravillosa y desafiante que quien la poseyera sería la envidia de su pueblo y uno de los líderes indiscutibles sin duda.

El Sr. Strömboli se frotaba las diminutas patas delanteras con gusto pues cada vez estaba más cerca de su preciado tesoro. Y además tenía un plan. Se adelantó a través de un atajo que recorría el boscaje en penumbra a unas centenas de metros de los chavales, ató un fino hilo de seda prácticamente invisible de árbol a árbol, de tal manera que los intrusos toparan con el obstáculo y cayeran sin darse cuenta al suelo en una enmarañada postura, y entonces se abalanzaría sobre ellos y los ataría de manos y pies con la velocidad que lo caracterizaba en ese tipo de menesteres, pues era sabido por todo el reino de Telluón durante cientos y cientos de años que el Sr. Strömboli era de los más rápidos de su pueblo, podía atestar miles de zarpazos en escasos segundos y el rival ni creería que le había tocado confiado en su torpeza. Así se las gastaba el valiente y poderoso gato del bosque. Y esta vez no se le escaparían, ahora sólo tenía que esperar unos minutos a que los jóvenes se acercaran a su trampa mortal…

Timeos y Samara atravesaban algo intranquilos los espesos matorrales, tenían que hacerse camino en ciertos lugares demasiado poblados y eso hacía que el paso fuera más lento de lo que ellos desearan. Pronto pasaron una de las zonas más pobladas y dieron de casualidad con una tenue trocha casi borrada con el paso de los años. Timeos iba unos metros por delante de su preciosa hermana, que seguía como ausente al rememorar su desconcertante sueño, moviendo sus ligeras piernas hacia delante dando rítmicas zancadas más por la inercia que llevaba su hermano que por otra cosa.

El joven atravesó una hilera de robustos troncos, trastabillando de vez en cuando con trozos de ramas secas tirados por todas partes debido al desuso del camino. De vez en cuando se veía obligado a levantar las piernas por encima de sus rodillas para seguir sin dificultad el sendero, pero a pesar del cuidado que llevaba no se percató que a unos tres metros delante de él, entre tronco y tronco, un ligero destello brilló débilmente a la altura de sus desgastados zapatos marrones. Sin darse cuenta su pierna derecha se adelantó y un leve chasquido sonó a su derecha, justo detrás del tronco de un enorme pino piñonero, tan débil que ninguno de los dos jóvenes absortos se percató del peligro que les acechaba.

Llegó la hora. El Sr. Strömboli se dejó descolgar de una larga liana que colgaba inerte de una de las ramas del robusto pino, haciéndolo balancearse poco a poco ayudado por el empujón de sus

martes, 10 de junio de 2008

Capítulo 5. K´gdar (Parte 4)

desprevenidos y ataqué con todas mis fuerzas…-estalló en carcajadas sin poder aguantarse y sin más imaginación Timeos.

-Pero qué idiota eres, Timeos. Me has asustado, y mucho. ¿Cómo te atreves a jugar con esas cosas? ¿y si fuera verdad?

-Tranquila hermanita, no te pongas así –tranquilizó éste a Samara-. Sólo ha sido una broma de mal gusto, y hoy parece que no estás para bromas.

-Pues no, no estoy para bromas. Ya te he dicho que no dormido bien. He tenido un sueño muy extraño, y ni siquiera puedo recordarlo con exactitud.

-¿Qué sueño? –preguntó el joven.

-Un sueño muy raro. Estábamos tumbados durmiendo tranquilamente y creo recordar que yo lo estaba viendo desde otro sitio, pero no puede ser, yo no me moví.

-Raro, hermanita, muy raro. Si nos viste es que no estabas durmiendo, y si estabas durmiendo como viste no podías habernos visto, por tanto, si nos viste es que estabas durmiendo o… ¡vaya lío, hermanita! ¿Y todo eso te da por pensar por la noche? Porque yo caigo rendido.

-No lo sé, hermano. Estoy echa un lío.

-Aunque sí que es cierto que pasó algo. Yo oí como un grito, o algo parecido y me desperté, pero sólo era ese pajarraco marrón que nos persigue de vez en cuando.

-No es un pajarraco, Timeos. Es un halcón.

-Qué más da, un halcón, un águila o un cuervo. El caso es que no deja de perseguirnos y encima ya hasta nos despierta por las noches con sus ruiditos.

-Dime, Timeos, ¿dónde lo viste?

-Pues ahí arriba –dijo el joven señalando a una de las ramas del árbol de enfrente.

Samara se quedó mirando pensativa la rama que su hermano le había indicado. Se aproximó a dicho árbol, un antiguo arce enorme, de gruesas y frondosas ramas, y un tronco que media casi un metro de diámetro. Miró directamente a la rama elegida y se dio la vuelta con lentitud. El corazón le dio un vuelco. Los matorrales quedaron a su derecha, justo los que ella había visto moverse en su sueño. Y en medio estaba la lumbre humeante todavía. A cada lado se situaban las mantas con las que se tapaban cada mañana aún sin recoger. Todo era exactamente como creía que recordaba, y sin embargo no se acordaba lo suficiente. ¿Qué había pasado?, ¿qué más había visto allí? Y sobre todo, ¿cómo lo podía haber visto? La cabeza le daba vueltas, y no conseguía que le dejara de doler.

Timeos se fijó en su hermana ausente. No sabía qué la estaba ocurriendo, y se preocupó un poco. El dolor de cabeza no hacía que te quedaras ausente y pensativo. Se acercó a su hermana con tranquilidad y la envolvió en un cálido abrazo, a lo que respondió con gratitud Samara.

Recogieron el improvisado campamento, apagaron la lumbre, y guardaron sus enseres en los petates. Callados y pensativos comenzaron a recorrer su travesía de nuevo como siempre hacia el oeste, Timeos especulando qué le pasaba por la cabeza a su hermana y sin atreverse a preguntarlo directamente, y Samara pensando en su sueño sin atreverse a contarlo a su hermano.

domingo, 8 de junio de 2008

Capítulo 5. K´gdar (Parte 3)

quitarse el frío helador que le había calado hasta los huesos y que seguramente con el calor de ésta ni se quitara, pues lo que lo había provocado no era la brisa nocturna sino el susto que se había llevado.

Un brillo cruzó los ojos pícaros del pardusco pájaro. Cualquiera que lo hubiese visto hubiera pensado que el ejemplar alado estuviera sonriendo mientras sobrevolaba la verde y enorme arboleda de forma tranquila y apacible.

El fisgón se paró en seco cuando no oyó ningún ruido. Se asustó tontamente de un pajarraco inmundo y echó a perder su plan alocadamente, decidió que se lo comería si se volvía a cruzar en su camino. Pero no se conformaría, los seguiría a través del bosque que tan bien conocía, al fin y al cabo todavía les quedaban un par de jornadas a los intrusos para cruzarlo. Estaría al acecho, y entonces se lo arrebataría, les tendería una trampa mortal, cogería el tesoro por el que sería aclamado por todo su pueblo, una de las legendarias espadas sería suya, la espada K´gdar.

Timeos despertó a Samara con un débil meneo a lo que ésta respondió con un leve gruñido. Este no pudo menos que sonreír. Desde el comienzo de su viaje su hermana había estado predispuesta a todo en cuanto el muchacho la llamaba, y entendía que cuanto más tiempo pasaba más cansada debía estar. La miró con cariño y decidió dar un paseo hasta el río para refrescarse y desperezarse dejando que su querida hermana durmiera un poco más.

El río corría cristalino a través del espeso bosque que sin embargo lucía brillante con los recién llegados rayos del sol que alumbraban el rocío acumulado durante la noche. Hacía un día fresco pero agradable, y no corría nada de viento. Parecía como si el tiempo no pasase en aquel lugar. Según iba caminando se fijaba en las suaves hojas de los salvajes arbustos y en los altos y gruesos troncos del arbolado que lo rodeaba. Recogió algunas moras que crecían saludables de sus zarzas como desayuno y algunas raíces que habían aprendido eran comestibles, y que tenían un sabor dulzón, raíces azucaradas que a veces les servían como postre.

Pequeños peces bajaban con la corriente del estrecho riachuelo, y pensó Timeos que si se encontraban con el arroyo a la hora de la comida podría pescar alguno y podrían comer pescado ese día. Hacía tiempo que no comía rico pescado, demasiado tiempo. Le vino de repente a la cabeza su aldea, su casa, su familia. Pero pronto se rehizo obligándose a mantener la mente ocupada en otra cosa, era pronto para dejarse abatir, tenían que continuar adelante.

Samara despertó algo sobresaltada, le dolía la cabeza pues no había dormido muy bien durante la noche. Un raro sueño la había mantenido toda la noche en un duermevela constante que no conseguía recordar del todo a pesar de que lo intentaba con todas sus fuerzas. Miró a su alrededor y no distinguió a su hermano junto a ella. Se fijó en la humeante lumbre que seguía ardiendo tenuemente calentando todavía el pequeño campamento nocturno. Se levantó torpemente y cogió uno de los cacillos para calentar algo de té rojo con miel, que seguro le haría bien y la ayudaría a relajarse un poco, su mente no dejaba de pensar en lo que había soñado aquella noche. Recordaba algo, creyó verlos a ellos mismos tumbados bajo el manto de hojas secas en el claro pegados a los enormes árboles, pero no podía ser verdad, no recordaba haberse levantado en ningún momento de su triste cama. Sin embargo todo parecía tan real…

Oyó unos pasos cerca de ella y vio apartarse los frondosos matorrales de su derecha. Timeos apareció con los recipientes de piel llenos de agua y el pelo corto enmarañado y empapado. Sonrió al ver que su hermana estaba despierta aunque parecía algo pensativa.

-Buenos días hermanita –saludó el joven a la muchacha. –Vaya, parece que hoy se te han pegado las sábanas al trasero, ¿eh?

-Ja ja, muy gracioso, mi querido hermano. No tengo ganas de chanzas a estas horas de la mañana. No he dormido bien.

-Pues a mí me parece lo contrario, creo que has dormido demasiado bien. Fíjate que ni te enteraste cuando nos atacaron y casi nos comen dos orcos enormes… -sonrió maliciosamente el chico.

-¿Cómo dices?, ¿que nos atacaron anoche? –preguntó preocupada Samara.

-Menos mal que estaba despierto, con un ojo abierto y el otro cerrado, y la mano en la empuñadura de la espada. Oí unos pasos y varios rugidos, y me levanté como una centella, los cogí

sábado, 7 de junio de 2008

Capítulo 5. K´gdar (Parte 2)

Samara se revolvió en su incómodo camastro hecho de hojas que hacían de improvisado colchón, y se arrebujó en su gastada manta de una manera inquieta. Aunque estaba profundamente dormida parecía todo muy real. Soñaba que veía claramente donde ella misma y su hermano descansaban. Veía la fogata situada entre ambos que hizo de hogar para calentar la sopa que tomaron esa misma noche, aunque desprendía un resplandor azulado que no provenía del mismo fuego. Pero lo veía todo desde un ángulo imposible. No podía ser real y sin embargo notaba cómo la brisa helada de la noche se le colaba entre sus plumas haciéndola temblar de frío. Vio claramente cómo se movían los matorrales situados a la derecha de ellos dos, y vio cómo se acercaba una silueta hacia ambos de más o menos medio metro de alto. Distinguió unas pequeñas botas que no dejaban ni rastro en el suelo de hojas y notó que andaba de una forma sigilosa, sin hacer ningún ruido. Unos pequeños y ajustados pantalones oscuros cubrían sus cortas y bien formadas piernas, y una blusa también oscura tapaban su pequeño pecho y sus brazos. De repente de debajo de las mangas surgieron unas afiladas garras que se acercaron a su hermano peligrosamente. Tenía que avisarlo como fuera, estaba en peligro y éste ni se inmutaba por ello, pero ¿cómo lo haría? ¿y que hacía ella encima de una rama de árbol si estaba tumbada entre dos enormes ramas que la daban cobijo y protección?

La silueta oyó un revoloteo por encima de su cabeza y miró hacia arriba con algo de temor buscando qué pudiera acecharle, pero no vislumbró nada y prosiguió con su tarea. Debía ser algún búho o alguna lechuza que anidara por los parajes. Se acercó más y más para ver al extraño ser que se encontraba tumbado delante de él. No había visto a ningún humano con esas características, de hecho hacía mucho tiempo que no se cruzaba con ninguno de ellos. Hubo un tiempo que la gente recorría aquellos espesos bosques de robles, nogales, helechos o pinos, pero de eso hacía ya mucho tiempo, tanto que ni se acordaba.

La garra alcanzó el petate y tiró de él lentamente con aire triunfante, sabía que ella estaba allí. La había visto en los dos días anteriores cuando el joven muchacho recorría el camino que serpenteaba por su bosque. La conocía muy bien, seguramente mejor que su actual propietario. Era de su tribu, les pertenecía por derecho.

Fue una tremenda sorpresa cuando en una de sus nuevas y recientes expediciones desde que se despertara de nuevo se cruzó con los dos muchachos. Un débil rayo de sol se coló por los enormes árboles que abovedaban el bosque y distinguió un reflejo en la parte superior de la espalda del joven. La empuñadura asomaba perezosamente a través del viejo morral del inconsciente. La había reconocido. De un metal tan antiguo como el propio mundo y a su vez tan reluciente, aunque ahora algo ennegrecido por el paso del tiempo y el mal cuidado, la empuñadura no dejaba lugar a dudas. De forma ovalada, dejando un hueco para poder asirla cómodamente, la cubría un retazo de cuero negro azabache algo deteriorado. Acababa en sus extremos en sendas garras semejantes a las de un felino y en el centro de ella se hallaba una piedra preciosa de un color marrón anaranjado con ribetes negros que cambiaba de color según la incidencia del rayo de luz semejando un ojo de gato.

Era una suerte, años y años de espera y justo cuando despierta de su impuesto y envenenado sueño se encuentra con aquello que toda su gente venera. Pero debía andar con mucho cuidado pues no debía perder la oportunidad de recuperar su tesoro, el tesoro de su gente, el espíritu de su pueblo, el Reino de Felius.

De repente un graznido rompió el silencio de la noche y el husmeador salió a todo correr del claro volviendo por donde había venido, temeroso de que los dos muchachos lo cogieran de improvisto.

Timeos se sobresaltó al oír una especie de grito en medio de aquel silencio, y se asustó pues no acertaba a saber de donde provenía ni qué había sido lo que lo había provocado, pero era claro que lo que fuera o quien fuera estaba muy cerca. Rápidamente echó mano de la espada que su abuela le había dado quince días atrás pensando en defenderse y defender a su hermana como fuera, incluso dando su vida si fuera necesario, pero lo único que alcanzó a ver fue un ave de color negro que salió volando de una de las ramas del árbol situado frente a él, y que con gran alivio reconoció como un pájaro que misteriosamente los había seguido durante gran parte del trayecto preguntándose ambos en varias ocasiones por qué los estaba siguiendo, aunque de forma distante y acobardada.

Timeos miró a su hermana de forma sigilosa viendo que ésta ni se había inmutado por el hecho ocurrido hacía unos instantes y volvió al sencillo catre cubriéndose con la precaria manta intentando

jueves, 5 de junio de 2008

Capítulo 5. K´gdar (Parte 1)

Capítulo 5

K’gdar

L

legaron al claro cuando estaba ya anocheciendo. Parecía que habían andado durante días enteros sin parar. En realidad sí que habían marchado a buen ritmo, descansando solamente por las noches y en las comidas frugales. Después del fugaz y bienhallado encontronazo con el pastor, las fuerzas de los dos jóvenes de cabellos blancos y tez morena se renovaron hasta lo indecible. A decir verdad si no se hubiesen topado con dicho personaje no habrían sido capaces de recorrer las decenas de kilómetros de camino que habían dejado atrás en esas dos escasas semanas. Un camino que los primeros días se hizo agotador por largo y arduo, a través de terreno pedregoso, con enormes helechos y salvajes pinos y encinas cortándoles el paso, abundante vegetación, o escarpados y peligrosos montes y cerros tremendamente resbaladizos, pero que a medida que pasaban los días se iba haciendo más llevadero. No les faltaba comida pues se habían cargado de buenos pedazos de queso, carne seca, dulce de membrillo, sendas hogazas de pan tierno y duradero, y rica bebida de miel que mezclada con el agua fresca, bien mantenida en las nuevas cantimploras, recogida en los múltiples arroyos que bajaban animosos a través de las nevadas montañas, revitalizaban cuerpo y mente y, por supuesto, sus resecas gargantas.

No habían encontrado nada, ningún pueblo o aldea se cruzó en su camino, obligándolos a dormir al raso noche tras noche cobijados simplemente entre grandes ramas de robles o nogales que hacían de incómodos camastros improvisados, tapados con mantas que más parecían ya comida de ratones de lo deshilachadas y desgastadas que estaban.

Pero también a eso se acostumbraron rápido, aunque no les quedó otro remedio, claro. Aún así el viaje no se estaba haciendo pesado ni cansado. Los dos jóvenes hermanos entablaron un lazo de unión en aquel obligado trayecto como nunca se hubieran imaginado. Sólo se tenían el uno al otro y por tanto necesitaban llevarse bien y ayudarse en todo lo que pudieran. Además tenían continuamente la mente ocupada bien fueran recordando pequeñas travesuras ocurridas en su niñez, bien pensando cómo estaría su abuela o su hermanito, o simplemente admirando los agrestes bosques que recorrían, o fijándose en los cristalinos riachuelos que se cruzaban en sus pasos, o jugueteando con coloridos pajarillos que trinaban a la salida del iluminado y caluroso sol del alba, y que les reconfortaba y animaba a seguir su aventura con la mayor de las esperanzas posibles.

Así, la aventura se estaba convirtiendo en un bálsamo para sus vidas, como bien les dijo su yaya en su despedida hacía casi ya medio mes.

Y la aventura continuó esa noche en la que los dos chicos estaban especialmente alegres y juguetones. No recordaban en la aldea sonreír con tantas ganas el uno con el otro, es más, en la aldea mantenían sus diferencias puesto que Timeos culpaba a veces a su hermana de tener que hacer el trabajo más duro sin ayuda de nadie, en especial de ella, puesto que su abuela no estaba ya para dichos menesteres, pero Samara replicaba a su vez a su hermano que además de ayudar en la huerta ella también se dedicaba a las tareas del hogar prácticamente sin ayuda alguna por parte de sus queridos hermanos.

Pero ahora estaban muy unidos. Ahora era diferente, al igual que la noche en la que se disponían a descansar del agotador viaje.

La hoguera ardía tenuemente todavía a pesar de que era bien entrada la madrugada. Unos pasos recorrieron el sendero siguiendo las huellas que los muchachos habían dejado sin pensar ni siquiera que fuera un problema. Pero lo era. El los seguía desde hacía dos días y ellos no se habían percatado de ello para nada. Sabía hacer muy bien su trabajo y ellos eran unos jóvenes inexpertos. Unas botas verdes oscuras del tamaño de una pequeña manzana entraron en el claro y se acercaron sigilosamente hacia la cabeza del joven Timeos que dormía plácidamente sin preocupación alguna. Unas garras felinas aparecieron en la mano del desconocido de repente, y se acercó más aún al petate que hacía de incómoda almohada para cada muchacho. La sombra del intruso caía peligrosamente sobre el joven proyectada por la débil luz que desprendía el ardiente fuego.

lunes, 2 de junio de 2008

Capítulo 4. Perdidos (Parte 3)

de mis reservas de magia. Conseguí captar una débil energía que se alejaba velozmente de mí, así que me dispuse a seguirlo pero después de una buena carrera entre los troncos y plantas comprobé de nuevo que no me acercaba lo más mínimo, lo que fuera era mucho más rápido que yo. Decidí volver puesto que mis fuerzas están muy mermadas.

-¿Esto que me cuentas es cierto? ¿No serán alucinaciones tuyas y de tu agotada mente?

-No, princesa, es cierto. No te mentiría en la situación en la que nos encontramos. Yo también quiero empezar a vivir. Tenemos que sobrevivir estemos donde estemos, y debemos estar todos unidos para poder conseguirlo. Hay fuera hay vida y debemos encontrarla. Hay esperanza de nuevo, mi señora.

La princesa miró al joven con ojos enorgullecidos. Por fin había encontrado una persona que pensara igual que ella, que la ayudara a salir del infierno en el que se encontraba sumida. Debían sobrevivir aunque les faltara media vida, la media vida que se les perdió en medio de aquel vasto y desconocido mar. Media vida que murió con la pérdida de sus padres y su hermano, de sus amigos y vecinos.

Los dos se pusieron manos a la obra. La joven recogió al bebé y se lanzó en pos de Nealha que ya se encontraba contando a los esturos apartados por allí lo que le había ocurrido solo unos momentos antes. La mayoría seguía mirando al horizonte, al cristalino océano causante de tanta muerte, haciendo caso omiso al joven que se desesperaba por sacar del trance en que se encontraban sus amigos, pero poco a poco y gracias a la princesa que ayudaba al joven dando énfasis a su historia conseguían por lo menos que les escucharan. Pronto algunos entendieron y se echaron a llorar abrazándose a ellos desconsoladamente, algo que les sirvió para sacar al exterior toda la rabia contenida. Cosa que sirvió para desahogarse por un momento y prepararse para el siguiente paso que debían dar. Un duro paso que comenzaba por querer vivir de nuevo.

Un grupo de cinco o seis miembros, además de Ariela y Nealha, intentaba convencer relatando de nuevo la historia a los demás esturos que andaban sumidos en profundas elucubraciones.

Por fin, y tras minutos interminables, se ponían en marcha una veintena de esturos que convencidos por sus compañeros, aunque apesadumbrados por el panorama desolador que les rodeaba, recogían las pertenencias del barco que pudieran serles de utilidad.

Se repartieron en varios grupos cada uno recorriendo la playa de aquí para allá, montando pequeñas e improvisadas viviendas construidas con lo que podían, con tablones y sogas o velas de las embarcaciones destrozadas, en las que poder refugiarse de las lluvias o pasar la noche, o recogiendo frutas y viandas para repartir entre todos, o agua dulce de la que poder beber de las incontables y gigantescas hojas de las distintas y enrarecidas plantas que habitaban en aquel lugar, que falta les hacía. Siempre según las indicaciones que la joven princesa les iba dando pues era la única que conocía algunas zonas de la isla.

Ariela contemplaba con satisfacción y alegría cómo su pequeño pueblo, en total unos veintitantos esturos supervivientes, de distintas edades, entre hombres, mujeres y algunos pequeños, se afanaban en recomponer sus vidas de nuevo. Sabía que para ellos era duro empezar a vivir cuando solo querían morir junto a los suyos pero era mejor así. Nadie quedó ya perdido en sus propios pensamientos. Todos se movieron con presteza siguiendo a Nealha en sus indicaciones, pues se hizo el líder del destrozado grupo demostrando a Ariela que la ayudaría en todo lo posible como prometió.

A otros les tocó el trabajo más duro de todos los presentes. Inspeccionaron con terrible dolor los cadáveres de sus congéneres buscando algo de lo que poder aprovecharse, por desgracia a ellos no les haría ya falta. Recogieron ropas que poder usar como prenda o como sogas, guardaron con beatitud varios colgantes en señal de recuerdo a los fallecidos, y los limpiaron y embalsamaron como pudieron con veneración. Una vez hecho esto entre todos los presentes apilaron a sus amigos fallecidos en largas hileras y les prendieron fuego a la vez que rezaban al Dios Creador para que acogiera sus almas en Caelum, el reino de los cielos.

Mientras la triste y desconsolada chiquilla rezaba despidiendo a su pueblo allí presente un pensamiento estremecedor le pasó por la cabeza. Sus padres, su hermano, Naia, ¿dónde estarían?, ¿habrían conseguido sobrevivir?, ¿estarían en una isla perdida como ella?, ¿o habrían muerto y no los volverían a ver nunca más? Las lágrimas cayeron de forma abundante por su tersa aunque maltrecha tez morena mientras contemplaba, abrazando con amor al niño adormilado en sus brazos, las aguas infinitas que se removían de forma incesante frente a ella, intentando vislumbrar un breve movimiento en el mar, un vestigio de su familia en el horizonte.

Dos ojos francos y sinceros observan escondidos tras los oscuros árboles frutales que se encuentran detrás del grupo. Ojos que brillan llorosos en la oscuridad del anochecer ante la visión proyectada frente a ellos. Un tierno corazón compungido ante tamaño dolor y pesar. Un compasivo corazón, invisible para los que no ven con mirada noble y pura.