martes, 13 de mayo de 2008

Capítulo 2. Una mañana diferente (Parte 1)

Capítulo 2

Una mañana diferente

L

os esturos, hombres y mujeres fuertes y esbeltos, de piel oscura y cabellos blancos, con ojos algo rasgados y de colores llamativos, azulados, verdosos, anaranjados o con tintes amarillentos, que se reflejaban incluso en la oscuridad. Solían tatuarse ciertas partes de su cuerpo con motivos mágicos que eran visibles en ciertos momentos, sólo cuando se ayudaban de éstos para invocar a la magia, no sin cierto esfuerzo y agotamiento. Sus ropajes eran livianos a la vez que resistentes, y les protegían de las inclemencias del tiempo y de posibles ataques o heridas que se hicieran en alguna de sus expediciones, bien para cazar o recolectar víveres de trascendencia vital para su alimentación. Generalmente utilizaban la seda e intercalaban colores azulones más bien oscuros con ribetes en plata o bronce, telas que sólo ellos eran capaces de confeccionar, además poseían la virtud de ocultar parcialmente a quien las llevara puestas si lo deseaba. Eran grandes luchadores y conocían el arte de toda clase de armas, espadas, arcos, lanzas, aunque lógicamente se dedicaban a ello con más insistencia los guerreros, encargados de defender a su pueblo e intentar llevar la paz en sus propias tierras, cosa harto difícil, pues era conocido por todos el carácter de estos seres admirados, difícilmente dominables.

También eran grandes estudiosos, sobre todo del arte antiguo, de hecho se comunicaban con su propio idioma que fuera de sus fronteras pocos conocían. Tenían una facilidad asombrosa para aprender y entender, y poseían una inteligencia muy superior al resto de seres mortales. Podían comunicarse con animales y plantas gracias a su poder telepático, incluso podían mover o utilizar y moldear cosas o materiales a su antojo para su propio beneficio sólo con el poder de su mente. Y, no sin un duro aprendizaje, podían teletransportarse a algún lugar conocido o hasta lugares desconocidos para ellos pero que irradiaran una energía similar a la que invocaban.

Envejecían lentamente, de hecho Quiraos los creó como seres inmortales, y sólo dejaban de existir en el reino de los vivos si ellos lo decidían o por muerte provocada, nunca por muerte natural. A pesar de ser una raza noble para con los suyos eran también algo pedantes y egoístas, no sin razón puesto que lo tenían todo, fuerza, nobleza, inteligencia, magia, destreza en el manejo de las armas, autosuficiencia en la artesanía, agricultura o ganadería… y un sinfín de cualidades que cualquiera desearía, y que ellos deseaban, poseían, y se vanagloriaban, por encima de todo. Y esa fue su verdadera perdición, aunque por suerte no para todos.

Hace miles de años los esturos eran una raza unida, vivían en paz con ellos mismos no sin ciertas asperezas. Siempre han ansiado el poder y el liderazgo, por ello su estructura jerárquica era tan fuerte y aplastante, ya que si no fuera así se hubiera desvanecido a las primeras de cambio. Su líder era el más anciano de todos los esturos, y por tanto el más sabio de todos. Gracias a sus consejos los distintos habitantes llegaban a comprender lo verdaderamente importante de la vida, su justicia y su destino como pueblo, su verdadera supervivencia.

Pero un buen día una gran parte de ellos fueron atraídos por una fuerza poderosa y maléfica, y se revelaron contra sus propios congéneres, esturos que no se querían someter al reinado de la oscuridad, desterrándolos al olvido en el gran océano, desconocido para todos. Los obligaron a embarcar sin rumbo fijo para perderlos de vista para siempre, con la idea de que perecieran en ese vasto mar.

Una minoría plantó cara al mal que se apoderaba de su raza, impidiendo que los llevaran al Infierno para unirse a la diosa Nerao, Señora de la Oscuridad, culpable de todo el conflicto. La diosa intentaba reunir un gran ejército desde el Infierno para, en el momento oportuno, atacar Telluón y destruir a todos los seres vivientes que se opusieran a ella, pero para ello necesitaba a los esturos, una de las razas más fuertes que existían.

Ofreciéndoles infinito y mágico poder, gloria, y riquezas los atrajo a su reino de maldad y oscuridad. Pensaron que reinarían para toda la eternidad en todo el continente y que todas las razas se postrarían definitivamente a sus pies cuando ellos conquistaran sus tierras, y lo único que consiguieron fue corromperse para el resto de su existencia. Se fueron marchitando, fueron despojados de sus almas, y sus cuerpos fueron destruidos, inservibles para tal hazaña, siendo simplemente entes errantes al subyugo de su reina, aunque igual de poderosos, Sombras.

Los desterrados embarcados en el ancho mar se fueron debilitando por la falta de agua, alimentos, e inclemencias del tiempo. Iban siempre vigilados por la gran diosa que, aunque desde el Infierno y a través de sus súbditos, tenía el poder suficiente para hacer que siguieran avanzando sin rumbo fijo…”

-…Y se acabó muchachito, ahora hay que dormir que mañana te tienes que levantar pronto para ir a la escuela, ¿eh?

-Pero yaya…

-Ni yaya ni ocho obleas de oro, pequeñajo. Ahora a taparse con las pieles y a soñar con los antiguos guerreros.

-Sí yaya, de mayor seré uno de ellos… y, y, y ganaré muchas batallas, y…

-Sí, sí, pero eso será cuando seas todo un hombretón y hayas salido en busca de aventuras, pero ahora duermes en tu camita en la casa de tus abuelos. De momento esta pobre aldea es tu hogar, hijito mío.

La anciana tapó con cuidado al niño con su manta y le dio un suave beso en la frente, casi con veneración.

-Buenas noche mi niño.

-Buenas noches abuelita, que la paz vuelva a reinar.

-Que la paz vuelva a reinar para ti también.

La abuela se levantó despacio del catre de su nieto y se dirigió al salón cerrando con delicadeza la puerta del pequeño cuarto, no sin antes echar un último vistazo al ángel que estaba con los ojos cerrados y respiraba ya suave y rítmicamente en la cama.

Dejó el libro en la pequeña librería del salón, azuzó las brasas de la vieja chimenea y se dirigió a la puerta de salida. Hacía una noche espléndida. Las nubes blancas y espesas rozaban la luna plateada en el horizonte, y ni un atisbo de lluvia se reflejaba en ellas. La mañana sería límpida y brillante, y quizás hasta algo calurosa para la época en la que se encontraban. Paseó alrededor de la pequeña construcción de madera, paja y barro cocido para comprobar que todo seguía en orden, y se acercó al gallinero para ver si las pequeñas aves estaban tranquilas. Últimamente se rumoreaba que se habían vislumbrado manadas de lobos acechando

1 comentario:

Plyngo and Me dijo...

el cartel te ha quedado guapo guapo