martes, 4 de marzo de 2008

Prólogo (Pág. 20)

Aielas se abalanzó ante su enemigo con los brazos extendidos con la idea de agarrarse a él. No sabía cómo pero tenía que acabar con él como fuera, por su pueblo, y por las pocas fuerzas que le iban quedando. Sus fuertes antebrazos atenazaron el cuello del ser del infierno y lo apretaron contra su propio pecho con la idea de ahogarlo, pero la gárgola era mucho más fuerte y rodó sobre sí misma intentando zafarse en el suelo del príncipe de los esturos. El forcejeo duró lo que pareció una eternidad para Aielas, y comenzó a notar cómo la gárgola se desprendía de su abrazo y le ponía de espaldas a la madera. El esturo encogió sus piernas y con toda su fuerza lanzó al ser grisáceo a unos dos metros, pudiendo coger un poco de aliento. Se llevó los dedos índice y corazón a la frente y comenzó a lanzar un conjuro contra el ser del averno con la idea de acabar el combate lo antes posible. Su cuerpo comenzó a lucir con un destello plateado que pronto se tornó en un fuego azulado que recorrió todo su ser, una gran bola de fuego apareció delante de sus narices, cada vez más grande y poderosa… entonces la escotilla se abrió, y apareció la cabeza de una joven. A Aielas se le cayó el mundo encima, y con ello se desvaneció la energía acumulada. Todo lo contrario que a la gárgola que se alegró tremendamente del giro que daba el combate. Con un gruñido triunfante se puso a cuatro patas dispuesta a lanzarse contra aquella jovencita con tan buena suerte que varias de sus feroces amigas bajaron y rodearon al príncipe que aún seguía tendido en el suelo jadeante por el esfuerzo del poder mágico emergente en él.

Aielas gritó presa de la desesperación a su hermana, pero ésta ni lo escuchó viendo lo que se la venía encima.

Las gárgolas rodearon al joven y comenzaron a repartir golpes y patadas a diestro y siniestro, golpes que no sentía el príncipe atento a la escena que se desarrollaba en la escotilla del barco.

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