por lo que pudiera suceder allí arriba, pero nadie se acercó a los escalones.
De repente la princesa alzó la voz en grito:
-¡Pero es que nadie va a hacer nada por ayudar a mi hermano, tan poco os importa vuestro futuro rey y vuestros compañeros y amigos!
-Cállate tú también, Ariela -mandó su madre con dureza.
-Pero madre…, Aielas está en peligro, tenemos que ayudarlo, son muy pocos ahí arriba, ¿es que quieres que los maten a todos?
-No Ariela, no quiero que maten a nadie, y tampoco quiero que maten a los de aquí abajo, así que mantén la calma y la boca cerrada.
Ariela, impotente, miró a su madre con el llanto en los ojos, y decidió. Si no iba nadie a ayudar a su hermano, iría ella misma aún sin el consentimiento de su reina. Dedicó a su madre una última mirada con firmeza y salió corriendo hacia las escaleras.
La reina al ver a su hija abalanzarse sobre la escotilla intentó salir tras ella, pero la joven era más rápida y no pudo alcanzarla, y sabiendo el peligro que conllevaba subir a la superficie para su gente y abandonarlos a su suerte frenó en seco con la desesperación plasmada en su rostro.
La gárgola que estaba en el suelo hizo una mueca divertida ante su oponente.
-¿Ahora qué vas a hacer?, ahora que has perdido tu flamante arma, ¿me vas a despedazar con tus propias manos? ¿O quizás me hechices con esos tatuajes de tu frente? -dijo ésta con sarcasmo.
-Si es necesario te mataré a patadas, monstruo.
El tatuaje al que se refería la gárgola era una media luna grabada en la frente del joven príncipe, y al que recurría para utilizar la magia contenida en su ser.
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