domingo, 2 de marzo de 2008

Prólogo (Pág. 18)

derecho de Aielas y le hizo tambalearse e hincar la rodilla en la cubierta. El dolor producido y la impotencia hicieron que la rabia contenida tras los aciagos días surgiera como un torrente del cuerpo de éste y con una fuerza inusitada agarró con sus dos manos las garras clavadas en los hombros. De un tirón notó cómo se desprendían de su cuerpo llevándose trozos de carne con ellas y oyó un tremendo impacto delante de él, donde lo lanzó. La gárgola, sorprendida, intentó levantarse lo más rápido posible pero la punta de la espada se clavó en una de sus alas desgarrándole la membrana y los nervios cartilaginosos. Herida como estaba no podía pensar con claridad cómo ese ser inferior había reaccionado tan rápido. Aielas volvió a lanzar un tajo que hirió a la gárgola en uno de los brazos y un chorro de sangre negruzca surgió de la herida a borbotones. Por fin el esturo consiguió ver dónde estaba, parecía que una fina película se había borrado de sus ojos, el conjuro mágico lanzado por la gárgola se extinguió con las fuerzas perdidas por las heridas inflingidas. Vio claramente al ser que lo había atacado allí tendido frente a él. Calculó que medía cerca de los dos metros y medio y se fijó en los músculos bien formados del ser maléfico. Antes de que éste pudiera levantarse de nuevo, volvió a lanzar una estocada pero esta vez mortal hacia el pecho de su enemigo con tan mala suerte que cuando la espada estaba a punto de clavarse algo agarró firmemente el filo y la espada salió volando de entre sus manos. Aielas miró hacia arriba y distinguió cómo otra gárgola batía las alas de espaldas a él con su propio acero entre las garras.

La reina Cáriala sintió los ruidos de la cubierta y con voz rápida y apremiante mandó callar a todos los presentes en la bodega. Los niños no lo pensaron dos veces y se quedaron mudos sabiendo la urgencia de la voz del mandato, los demás se quedaron pensativos y preocupados

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