jueves, 15 de mayo de 2008

Capítulo 2. Una mañana diferente (Parte 2)

en las zonas limítrofes del bosque y si atacaran a sus pobres gallinas sería una catástrofe para la supervivencia de su familia.

Una familia a la que le faltaban ya muchos miembros. Además de los padres, el abuelo había muerto presa de una enfermedad bastante común, ya que la higiene en ese pequeño pueblo escaseaba. Hacía algo más de dos años que los había dejado pero para Susan, que así era como se llamaba la abuelita, fue una pérdida harto dolorosa. Su amor de toda la vida la había abandonado para siempre, y la había dejado al cuidado de sus tres nietos, para defenderlos, para enseñarlos, para alimentarlos. A Susan se le estaba haciendo muy dura esa época porque se dedicaba al cultivo de hortalizas y al cuidado de gallinas y, aunque alimento no solía faltar, tampoco era mucho dinero el que dejaba a la hora de vender y repartir en el mercadillo de la aldea la producción de su huerto y los huevos conseguidos.

Tan mal fue todo que sus dos nietos mayores tuvieron que salir de la aldea para forjarse su propio destino, a pesar del dolor de la abuela, que tomó la decisión pensado en su nieto más pequeño. De esa manera podrían sobrevivir en el pueblecito tanto ella como el crío.

Fue duro el día de la partida de Timeos y Samara de la aldea. Efectivamente la mañana amaneció fresca y brillante, algo que a los rotos corazones de los habitantes del pueblo alegró en parte. Todo el mundo sabía que iba a ser duro el día porque iba a ser difícil olvidar a los dos jóvenes que con tanto cariño habían criado entre todos. Allí todo el mundo se conocía, no eran muchas las chozas de la aldea, y todos se llevaban bien entre ellos. Cada uno se dedicaba a una tarea distinta para así complementarse y que no les faltara nada en su vida cotidiana, y lo que hiciera falta que no podían fabricar lo compraban a los mercaderes ambulantes que una vez al año se acercaban por allí. Muchos fueron los que se despidieron de los jóvenes cuando les vieron acercarse a la salida del pueblo, con lágrimas en los ojos. Muchos los amigos que tristemente se despedían con la esperanza de volverse a ver cuando ellos pudieran salir también de allí y seguir sus pasos, porque no todo el mundo tenía esa oportunidad. En este caso además la necesidad apremiaba.

El pequeño Aaron no se separaba de sus dos hermanos, no quería que le dejaran solo y no entendía por qué tenían que separarse, aquella época para el estaba siendo una de sus preferidas. El tenía que preocuparse simplemente de las tareas de la escuela, una vez acabadas éstas tenía todo el tiempo del mundo para ayudar a su abuela en el gallinero o recoger los hierbajos que dejaban sus hermanos al limpiar el huerto, o jugar con sus amiguitos a través de las angostas calles al pilla-pilla o al cazadragones. A veces Timeos y él practicaban con la espada de madera que su abuelo les había hecho unos años atrás a cada uno el día de año nuevo, y al pequeño le encantaba. Corría sin cesar detrás de su hermano y soltaba estocadas a diestro y siniestro, tan a diestro y siniestro que nunca daba Timeos, sino que se caía rodando por el suelo de la fuerza que ejercía o se hacía unos moratones de infarto en los brazos y el las piernas, pero que no le dolían en absoluto, se levantaba y vuelta a empezar.

Para quien fue duro de verdad fue para Susan que le caían las lágrimas a borbotones, pero sabía que en el fondo hacía lo correcto, tanto para ella como por ellos. En la aldea no tenían ningún futuro prometedor, nunca aprenderían más de lo que podían tener a mano, no podrían forjarse una vida más allá de la humildad de los campesinos que allí vivían. Y para ello deberían viajar a la ciudad, donde podrían trabajar duro para conseguir ser algo en la vida pero al menos podrían elegir a qué dedicarse, incluso podrían estudiar si les fuera bien. Desde luego con lo poco que les había dado la abuela, unos pocos ahorros que tenía guardados para una ocasión importante no llegarían muy lejos pero sería suficiente para poder empezar a ganarse el pan dignamente.

Los chicos se abrazaron a su yaya con pasión, sin saber si se volverían a ver o no, puesto que la ciudad estaba muy lejos de allí, y la yaya era mayor ya. Timeos se apartó y agarró por los hombros a su hermano menor agachándose para ello.

-Mi pequeño escudero –como le llamaba con cariño la mayoría de las veces-, prométeme que vas a cuidar de la abuela, que la vas a ayudar en todo lo que buenamente puedas, ¿vale?

-Pero Timeos, ¿por qué no os quedáis vosotros y ayudáis también? No quiero quedarme sólo.

-No estás sólo, enano -dijo Samara arrodillándose también a su lado con ternura y tristeza-, estás con la yaya y ella te necesita mucho ahora, eres el hombretón de la casa y tienes que hacerte valer. Anda, di que sí, que lo vas a hacer.

Samara revolvió el cabello de su hermano menor con delicadeza.

-Pues claro que lo voy a hacer, si ya lo soy, ya soy grande y puedo con vosotros ahora mismo, mira.

El pequeño se agarró a la fornida pero todavía joven pierna de Timeos e intentó levantarla, claro que no se movió ni un milímetro. Todos empezaron a sonreír, y el niño al percatarse de la situación se soltó y se rió con ganas también. Unas risas que despejaron levemente la congoja que sentían en esos duros momentos.

Samara se adelantó un paso de nuevo y estrechó fuertemente a su abuela, la cual devolvió el abrazo con cariño. Se dieron un momento de soledad, las dos abrazadas, con la incertidumbre de si se volverían a ver.

-Samara, cariño, te he dado todo cuanto he podido darte, y todo cuanto he podido enseñarte. Has sido una hija para mí, una hija obediente y valiente -susurró en voz baja al oído de su nieta Susan- pero el día tenía que llegar por el bien de vosotros dos. Ten mucho cuidado en el camino, ojalá no os ocurra nada hasta llegar a la gran ciudad, y trabaja muy duro para conseguir algo en la vida. Que el esfuerzo de tus abuelos se vea recompensado, hija mía.

-Claro, abuela. No te preocupes por nosotros, ya somos mayores y sabremos cuidar de nosotros mismos. Cuídate tú también, y cuida de Aaron. Dale esta carta cuando… cuando… -los ojos se le llenaron de lágrimas.

-Si, te entiendo cielo, cuando yo me muera. Ya se que no me queda mucho tiempo pero intentaré vivir lo suficiente para que podáis venir alguno de los dos y llevaros a vuestro hermano con vosotros a la ciudad. Solo deseo eso.

-Seguro, te lo prometo, vendré.

-Y a ti mi querido joven, cuida de tu hermana, es fuerte como el acero pero a la vez frágil como una rosa. Y toma esto, son unas obleas de oro que guardé mucho tiempo atrás esperando que este día llegara.

Susan le tendió a Timeos una bolsa de cuero desgastada. También sacó de entre los pliegues de la falda una vaina echa en cuero negro con ribetes plateados.

-Toma mi pequeño Timeos, guárdala con cuidado y úsala sólo cuando sea necesario, es para defenderos. No hagáis mal alguno con ella pues perteneció a tu padre, y al padre de tu padre, y a toda una generación de nobles esturos que la llevaron con orgullo. Es lo más preciado que tengo para ti, aparte de mi corazón que siempre estará con vosotros, amados míos.

Todos se abrazaron una última vez. Timeos y Samara cogieron sus atillos y emprendieron el largo viaje a través del sendero que serpenteaba en el valle que se abría ante ellos y que seguro, aun después de mucho tiempo, volverían a recorrer.

2 comentarios:

HoyganHamijos dijo...

Vaya, aun no conocía tu faceta de blogger. Ahora me pilla muy tarde, pero mañana lo voy a leer todo para poder criticarlo ^_^

Añado este blog al mio y asi te podré hacer un seguimiento exhaustivo xD

Nos vemos por el santuario (me debes un combate) xD

Un abrazo, "fulano" :)

Sr. Stromboli dijo...

Hombre, tanto tanto no ha tardado el Cap. 2 jejeje.

Bueno Yosy, gracias por tus palabras ;-)

Cierto es que el mundo de Telluón va tomando forma de una manera paulatina, más a causa de El Arbol de los Sueños o El Caballero Andante que a Memorias de Orhim, pero en ello estamos.

Hala!! A seguir leyendo... xDDD